lunes, 28 de mayo de 2012

Selamat jalan Bali

En Amed nos intentaron convencer para alquilar un transporte privado hasta Lovina, pueblo situado en el norte de Bali. Jemeluk, que es el lugar en concreto donde nos alojábamos es muy pequeño y el trato con los lugareños, muy estrecho. Enseguida nos pararon por la calle para hacernos las típicas preguntas. Así que en un par de días ya estábamos fichados. En cuanto se enteraron de que nos íbamos, nos empezaron a ofrecer todo tipo de transporte. Pero nosotros teníamos claro que esta vez lo intentaríamos hacer en bemo. El dueño del warung donde comíamos y cenábamos todos los días nos había dicho, que desde una población cercana, podíamos coger un autobús hasta Lovina. Así que no hubo más que hablar. El día de nuestra partida, nos levantamos temprano y a las siete de la mañana ya estábamos en la carretera esperando a que pasara un bemo que nos llevara hasta Culik. El primero pasó tres cuartos de hora más tarde. Durante ese tiempo se produjo un accidente de moto delante nuestro. Afortunadamente los dos chavales de la moto sólo tenían algunas magulladuras. Lo que nos pareció increíble, fue que los implicados en el accidente hablaron tranquilamente unos minutos, sin un enfado, ni una palabra más alta que otra y se fueron cada uno por su lado.
Cuando llegamos a Culik un señor de bastante edad, muy amablemente, nos indicó dónde paraba el autobús. Nos sentamos en las escaleras de una tienda y al rato, apareció por allí una furgoneta. El mismo señor que nos había dicho dónde esperar, nos dijo entonces que no había autobús, y que podíamos ir en esa furgoneta por 40000 rp cada uno. Entonces comprendimos que era uno de tantos que se lleva comisión por encontrar clientes. Intentamos negociar un precio mejor, pero no conseguimos nada. El hombre insistía en que no había autobús y nosotros más cabezones y chulos que él, le dijimos que esperaríamos, que no teníamos prisa. Pero claro, una cosa es no tener prisa y otra es ver pasar el tiempo y que por allí no aparezca autobús, ni nada que se le parezca. Así que empezaron las discrepancias, Jon quería seguir esperando al autobús y Silvia se inclinaba por coger cualquier otro transporte que les llevara hasta Lovina, en lugar de esperar al supuesto autobús. Como donde manda patrón, no manda marinero, ja, ja... cogimos la siguiente furgoneta que nos ofrecieron. Tardamos unas dos horas y media en llegar a Lovina, concretamente a un lugar llamado Kalibukbuk, en lugar de las cuatro que nos habían dicho que se tardaba en bemo. La historia es que no quieren o no entienden que los extranjeros se muevan en este tipo de transporte local y te cuentan que paran mucho, que es muy lento, etc...

Bemo

Ni siquiera nos habíamos bajado del bemo en Lovina, cuando abordó la furgoneta un hombre para preguntarnos si teníamos alojamiento. Fue el comienzo del “acoso”, que no terminó hasta que nos marchamos de allí. Ahora mismo, es temporada baja y no hay demasiados turistas. Además, según nos han contado, a ellos también les está afectando la crisis, ya que notan que no viene tanta gente de Europa. El caso es que fue bajarnos del bemo y empezarnos a ofrecer hoteles, taxi, snorkelling, salir a ver los delfines, buceo y no sé cuantas cosas más...hasta el punto de llegar a perseguirnos con la moto mientras buscábamos hotel.
Finalmente, encontramos un lugar muy agradable, con sus jardines, fuentes y templos de estilo balinés, a tan sólo unos minutos de la playa y por un precio verdaderamente barato. Los del hotel también nos ofrecían todos los días sus excursiones, pero enseguida vieron que no nos interesaba demasiado.

Playa de Lovina

En cuanto a Lovina, su principal atractivo son las salidas en barco al amanecer para ver los delfines, además de la playa, las compras y la gastronomía. Respecto a ésto último, encontramos un warung y nos hicimos clientes habituales. La dueña nos daba la bienvenida en francés (aquí todo el mundo nos confunde con franceses) hasta que la sacamos de su error. Inolvidable, el atún, el marlín...los zumos naturales...En fín, que la comida nos pierde... Nosotros elegimos venir aquí como base para hacer salidas al interior de la isla. Esta vez, pensando que las distancias iban a ser bastante largas, optamos por alquilar dos días un coche, un Suzuki Jimny bastante viejo, pero al que Jon no tardó mucho tiempo en cogerle el truco. La señora del alquiler tenía un supermercado y una agencia de viajes, además de lavandería y se empeñaba, cada vez que íbamos, en que le comprarámos de todo, argumentando que había muy pocos turistas y que ella tenía que pagar su casa, que le había costado no sabemos cuántos millones de rupias...La verdad es que estamos un poco cansados de que piensen que nos cae el dinero del cielo. Nosotros somos los primeros en admitir que tenemos mucha suerte de poder hacer este viaje, algo que la mayoría de ellos, probablemente, no podrá permitirse en su vida. Sin embargo eso no significa que podamos estar gastando dinero como si fuéramos millonarios, que es lo que pretenden que hagamos. Muy al contrario, vivimos de forma muy modesta, con muchas menos comodidades de las que tendríamos en nuestro país, pero disfrutando al máximo y valorando mucho más todo.


Salto de agua de Gitgit

Pura Ulun Danau Bratán

Y dicho ésto, prosigamos... Nos adentramos en el interior de Bali y el paisaje se tornó montañoso, con pueblos en lo alto de los riscos, lleno de frondosos bosques y arrozales en escalera, lagos y, cómo no, volcanes. Paramos en las cataratas de Gitgit, en el Pura Ulun Danau Bratán y en los lagos Buyan y Tamblingan, en el pueblo de Munduk, las termas de Banjar y admiramos las vistas del Gunung Batur desde Penelokan. Las distancias no son demasiado grandes, sin embargo las carreteras son estrechas y llenas de curvas, por lo que se tarda bastante en llegar a la mayoría de estos lugares, sobre todo la que va desde Munduk hasta Seririt es tremendamente empinada y sinuosa. Aunque no entran dos coches, los balineses no reducen demasiado la velocidad, así que en más de una ocasión tuvimos que salirnos a la cuneta.

Gunung Batur y lago Batur

Termas de Banjar


Otro día fuimos a Singaraja, que es la segunda ciudad más importante después de Denpasar. El bemo nos dejó en el mercado tradicional y de allí nos dirigimos a buscar la oficina de información y turismo que según nuestra guía no quedaba demasiado lejos. No será por la amabilidad de la gente de la ciudad, que nos intentaron ayudar en todo momento, pero el caso es que no la encontramos y sospechamos que ya no existe.  Así que dimos una vuelta por el mercado, bastante desvencijado y sucio y de allí a un templo chino Tri Dharma (taoísmo, confucionismo y budismo).
Andábamos nosotros buscando el Old Harbour, pero no dábamos con el lugar, así que íbamos preguntando, hasta que llegamos a un Carrefour y nos metimos a refrescarnos un rato con el aire acondicionado. Unos metros más adelante, cansados de andar con el calor que hacía, y viendo que nos estábamos alejando demasiado, volvimos a preguntar a un chaval. Fue entonces cuando nos dimos cuenta de que había habido una confusión entre "Carrefour" y "Old Harbour" y  nos  estaban indicando todo el rato el camino hacia el famoso supermercado. (Debe ser porque los guiris siempre andamos buscando los supermercados).


La salida del cole

Superando barreras arquitectónicas


Siempre hay que mirar al suelo

Esculturas en la ciudad de Singaraja


Mercado de Singaraja

¿Cuánta gente nos había dicho, “si vais a Bali, no vayáis a Kuta”? Y otras frases como “Kuta es horrible”. Que ¿qué nos indujo a ir? Lo cierto es que pensamos que podíamos pasar los ultimos días de estancia en un lugar cercano al aeropuerto y disfrutar de la playita sin mucho más que hacer.

Playa de Kuta

Playa de Kuta


Al siguiente día de llegar, ya estábamos pensando en marcharnos. Demasiado cemento y demasiado negocio para nuestro gusto. Un lugar creado por y para gastar dinero. Sin embargo, vamos a intentar no ser demasiado severos, porque cada sitio tiene su público y sin duda, Kuta es donde más turistas hemos visto de todo Bali. Es un lugar ideal para practicar y aprender a hacer surf, con multitud de escuelas a lo largo de toda la playa y olas para aburrirte. Después de la playa, la oferta de restaurantes, tiendas, pubs y discotecas es abrumadora. Y qué decir de los inmensos centros comerciales... Fue como si de repente descubriéramos un Bali que nada tenía que ver con el que habíamos recorrido durante  tres semanas.

Un día alquilamos una moto y nos fuimos a la península de Bukit, para escapar un poco de todo ese barullo. Nos volvimos locos para encontrar el camino. El tráfico es caótico. Motos y coches aparecen en cualquier dirección, a veces circulando en sentido contrario, por lo que hay que conducir siempre a la defensiva. Es básicamente lo que hacen ellos, que salen de un cruce esperando que el que viene de atrás les esquive, y pitan en cada curva para que los que pudieran venir en sentido contrario se percaten de su presencia.
Así llegamos al Pura Luhur Uluwatu. Este templo está situado en lo alto de un acantilado y el entorno es de esos que te dejan sin habla. Te asomas a uno de esos enormes acantilados, con el sonido de las olas que rompen con fuerza contra las rocas y te parece que el mundo es tuyo.

En lo más alto del acantilado, el Pura Luhur Uluwatu



 

Desde allí nos fuimos a la playa de Uluwatu, conocida por ser una de las mejores del mundo para practicar el surf. Hace veinticinco años allí no había nada, tal y como vimos en una foto que nos mostró un lugareño en su tienda. Y ahora, colgados de los acantilados hay bares, restaurantes y hoteles. En algunos de ellos se pagan hasta cuatro millones de rupias por noche. Desde cualquiera de esas terrazas puedes quedarte horas contemplando el paisaje y admirando la pericia de los que se atreven con esas olas. Nosotros nos metimos en una sombra donde estaban los socorristas y allí estuvimos un buen rato charlando con ellos. 

Uluwatu



 

Y terminamos la excursión en una preciosa cala llamada Padang Padang. De vuelta a Kuta nos vimos inmersos en un tremendo atasco y al llegar, con gran alivio devolvimos la moto en la tienda de alquiler. 

Padang Padang

Hace años tuvimos un sueño, y una amiga que lo conocía, nos regaló una guía de Bali y Lombok. Después de más de siete meses viajando por Asia, llegó el momento de volar hacia esta isla de Indonesia tan evocadora y a la que mañana diremos adiós. No te cansas de viajar, sin embargo, quizás llega un momento en que pocos sitios consiguen sorprenderte. También puede ser que al haber idealizado un lugar, la realidad no resulte tal como esperabas. No podemos decir que Bali no nos haya gustado, porque no sería cierto. Lugares como Amed y Ubud nos han cautivado, sobre todo el primero. ¿Y qué lo hace diferente? Fundamentalmente, la calidez y la autenticidad de la gente que allí vive. A veces nos preguntamos si el hecho de que un determinado lugar se abra de forma masiva al turismo, más que traer riqueza, (algo que es indudable, aunque más cuestionable es, si esa riqueza se reparte equitativamente) no hace sino, a largo plazo, destrozar el medio ambiente y pervertir el carácter de las personas.


Con estas reflexiones y alguna otra que se queda en el tintero, nos despedimos de Bali. El 29 de mayo se nos acaba el visado de Indonesia y nos vamos a Kuala Lumpur (Malasia), a ver qué tal se nos da...

jueves, 17 de mayo de 2012

Un paseo por Lombok y retorno a Bali

El ferry que nos llevó desde Padangbai a Lombok, concretamente a Lembar tardó cinco horas. Era un barco enorme, sin embargo, a pesar de sus magnitudes, durante un buen rato nos prodigó un movimiento oscilatorio nada agradable para el estómago. Curiosamente estaba permitido fumar, algo que se nos hace cada vez más raro.



Una vez en Lembar, nos estaba esperando un minibus para llevarnos a Senggigi. Por el camino, pasamos por extensos campos de arroz, salpicados de palmeras y mezquitas, pequeños pueblos y alguno más grande y caótico como Mataram. Y sorprendentemente comprobamos que en este lugar todavía utilizan el carro de caballos para el transporte de mercancías y pasajeros.




Playa de Senggigi

Senggigi es una pequeña población costera situada en la costa oeste de Lombok. Aunque hay bastantes hoteles y restaurantes, se nota que es un lugar que poco a poco está empezando a desarrollarse. De hecho, el alojamiento en el que estuvimos nosotros lo acababan de abrir. Así que estrenamos la habitación. Las playas de los alrededores ofrecen la posibilidad de hacer buceo de superficie y también hay buenas olas para hacer surf.
La gente del pueblo es muy amigable y con muchas ganas de hablar. Después de las tres preguntas de rigor: “where are you from?”, “where are you going?” y “where are you staying?”, la conversación suele derivar hacia temas futbolísticos. Y es que los indonesios son unos auténticos forofos. Todavía nos parece increíble que a miles de kilómetros de distancia nos hablen de la liga española, de que es una pena que Guardiola deje el Barça, que si el Real Madrid, que si el Valencia...


Paseando en moto hacia el norte de Senggigi nos fuimos encontrando una playa tras otra. Todas ellas ribeteadas de palmeras y sin apenas ningún hotel, hasta que llegamos a una colina desde la que se podían ver las tres islas Gili. Dos kilómetros hacia el sur hay un lugar muy especial. Se trata de un templo hinduísta construido sobre roca volcánica y que mira directamente al mar o quizás más allá, al Gunung Agung, el monte sagrado de Bali. Le pedimos a una de las señoras que había allí colocando las ofrendas, a ver si nos podía hacer una foto. Le indicamos a qué botón tenía que darle, pero no se nos ocurrió decirle que tenía que mirar por el visor. Equivocadamente, lo dimos por hecho. La señora cogió la cámara y comenzó a mirar por el objetivo, como si fuera un catalejo. Luego, cuando le explicamos cómo tenía que hacerlo, estaba encantada de habernos hecho las fotos.






Nos quedamos con sus atardeceres. El sol se mete tras la negra silueta del Gunung Agung, mientras el cielo va cambiando de color. Una de esas imágenes que no se olvidan.





En Senggigi pasamos dos noches. Dejamos las mochilas grandes en el hotel y con una más pequeña en la que metimos lo imprescindible para un par de días o tres, nos fuimos a Kuta, a unas dos horas de distancia. Algo que nos ha llamado mucho la atención de Lombok es que los transportes privados son muy caros y si quieres moverte por la isla, lo más económico es alquilar una moto. Al día cuesta unos tres euros y medio, y la gasolina unos treinta céntimos de euro el litro. La moto que nos dieron era nueva, sólo tenía trescientos kilómetros y una vez salimos a la carretera y nos detuvimos en algún lugar, nos dimos cuenta de la expectación que causaba entre los indonesios, que se paraban a mirarla.


Una vez en Kuta nos pusimos a mirar alojamientos y encontramos uno bastante agradable, al lado de la playa. El paisaje es espectacular y tanto Kuta como los alrededores son de los lugares más vírgenes que nos hayamos encontrado. Durante la comida conocimos a Junari, un niño de seis años que desde la mañana hasta la noche se pasa el día vendiendo pulseras de conchas a los turistas. Nos acompañó a dar un paseo por la playa y estuvimos toda la tarde jugando con él, hasta que veía a algún turista y entonces se acordaba del negocio.

Esa noche en el bar de enfrente a nuestro hotel, tocaban música en directo así que nos fuimos a tomar algo. Hacía una noche perfecta, incluso hasta algo de fresco. En el mar se veían los farolillos de aceite de los pescadores que se meten hasta la cintura para, según nos explicaron, pescar calamares. Y por allí andaba Junari haciendo amigos entre los extranjeros, hasta que apareció su hermana para llevarle a casa.

Junari


Playa de Kuta Lombok
Entre la música de los bares, de madrugada los aullidos estremecedores de los perros y por la mañana el cacareo de decenas de gallos y gallinas (sin exagerar), esa noche no pegamos ojo. Desayunamos y cogimos la moto para explorar un poco la costa. Y lo que comenzó como un bonito día se convirtió en uno de los sucesos más desagradables de todo el viaje. De vuelta de Gerupuk paramos en un lugar llamado Tan Jung Aan. Había muy pocos extranjeros en ese momento. Ahora mismo es temporada baja por aquí. Después de pasear un rato nos sentamos a descansar en una choza de paja, y a comernos un coco a la sombra. Enseguida aparecieron un montón de vendedores de pulseras, sarongs, etc...Nos llamó la atención que una de las señoras tenía unos sarongs muy bonitos, así que nos dispusimos primero a elegir el género y después a la ardua tarea del regateo. Ambas cosas nos llevaron un buen rato, porque estuvimos bromeando con la vendedora, le hicimos alguna foto, todo bastante normal. Al final llegamos a un acuerdo, le pagamos con un billete de 100.000 rp y nos dijo que no había problema, que tenía cambio y nos dio las vueltas. Mientras Jon ordenaba los cambios en la cartera, la señora seguía allí parada, mirando cómo lo hacía, así que Silvia le preguntó “It's ok?” A lo que ella nos respondió enseñando su cartera vacía, gritando que no le habíamos pagado. Nosotros le mirábamos incrédulos, mientras a nuestro alrededor se empezaba a arremolinar gente a la que por supuesto no entendíamos, incluido el señor de los cocos con el machete en la mano, aunque sin ningún ademán de usarlo. Llegó un momento en que nos dimos cuenta de que por más que intentábamos hacerles entender que habíamos pagado, la situación iba empeorando. Varias veces la señora se abalanzó sobre nosotros para arrebatarnos la bolsa. Finalmente para evitar que aquello fuera a mayores, tiramos los sarongs al suelo, nos montamos en la moto y nos fuimos de allí. La sensación que nos quedó en el cuerpo fue de absoluta impotencia. Salimos huyendo como si nosotros fuésemos los ladrones, cuando era a nosotros a quienes habían robado, no el dinero, que al final no tiene ninguna importancia, sino la confianza en la gente, algo que se tarda mucho tiempo en adquirir, pero que se pierde en un instante.

Tan Jung Aan es uno de los más bellos lugares que hayamos visto hasta el momento. Quizás nos han arrebatado el tener un bonito recuerdo, pero recomendaríamos a cualquiera que se diera el gustazo de visitarlo. En cuanto a los habitantes de Lombok son una gente estupenda, siempre con su sonrisa y su mirada curiosa. Sucesos como éste, son hechos aislados, que para nada les representan.


Para quitarnos el mal sabor de boca nos fuimos de allí a un restaurante orgánico llamado Ashtari situado en una colina y desde el que hay unas vistas impresionantes de toda la costa. Teníamos previsto pasar algún día más en Kuta, pero se nos habían quitado las ganas, así que a la mañana siguiente nos fuimos.


Una vez de vuelta en Senggigi, compramos el pasaje para el ferry que nos traería de vuelta a Bali. El tiempo y la mar estaban bastante enrarecidos el día que salimos de Lombok. Teníamos que haber cogido el ferry de las doce del mediodía, pero nos hicieron esperar hasta la una y media. Era un barco bastante más grande y destartalado que el de la ida y también iba mucho más lleno. Silvia tardará bastante tiempo en olvidar esta travesía. A la cabeza le venían los ecos de las noticias sobre hundimientos de ferrys indonesios. La mar estaba rabiosa y las olas golpeaban de lado el casco, haciéndolo crujir y vibrar. Es en momentos como éste cuando eres consciente del poder y la fuerza de este elemento que era capaz de mover aquella inmensa mole de hierro como si nada.

Playa de Jemeluk



El ferry nos dejó en Padangbai, y aquí pasamos la noche. Cenamos atún a la parrilla en un warung conocido y dormimos en el mismo hostal que la vez anterior. A la mañana siguiente nos fuimos a Amed, en la costa este y aquí hemos pasado estos últimos cinco días. No hemos tenido mucha suerte con el tiempo, pues pese a estar en la temporada seca, se ha pasado un par de días lloviendo sin parar. Pero nos ha dado tregua para ir a Tirta Gangga, un precioso palacio acuático rodeado de arrozales, a unos cuarenta minutos en moto desde Jemeluk.

Arrozales en Tirta Gangga


Palacio acuático de Tirta Gangga



Palacio acuático de Tirta Gangga


También nos hemos recorrido un tramo de esta costa: playas de arena negra, aguas llenas de peces y coral multicolor a tan solo unos metros de la orilla y el impresionante, y según cuentan, bastante impetuoso volcán, Gunung Agung (3031m) observándolo todo.







Arrozales en los alrededores de Amed

viernes, 11 de mayo de 2012

Indonesia: Bali, la tierra soñada

Nuestra última noche en Tailandia la pasamos en el aeropuerto de Phuket. Teníamos el vuelo a las seis y media de la mañana y como hay que estar dos horas antes de la salida, no nos merecía la pena pagar una noche de hotel. Así que nos convertimos en esa bonita estampa que de vez en cuando aparece en la televisión cuando emiten imágenes de aeropuerto: viajeros medios dormidos encima de sus mochilas. Sólo que nosotros no pegamos ojo. Lo mejor es que en tres horas y media estábamos en Bali.

Desde que comenzamos el viaje es la primera vez que no hemos planeado nada de lo que vamos a hacer en este país. En el resto, si bien tomábamos decisiones sobre la marcha, también es verdad que sabíamos más o menos qué lugares visitar. Indonesia hasta el momento está siendo pura improvisación. Incluso la entrada en el país nos inquietaba un poco ya que en la página oficial del Gobierno de Indonesia aparece como uno de los requisitos para que ten el visado, tener el vuelo de salida del país. Nosotros decidimos no comprarlo y arriesgarnos a lo que pudiera suceder a nuestra llegada. Sabíamos por otros viajeros que a ellos tampoco se lo habían pedido, pero como en este país todo es un poco arbitrario...Finalmente no tuvimos ningún problema, pagamos los veinticinco dólares de rigor y ya teníamos un sello más para la colección.

Al menos teníamos claro que el primer lugar al que iríamos sería Sanur. El siguiente paso fue sacar un par de millones de rupias indonesias (aunque parezca mucho, son ciento setenta euros) y coger un taxi de los que tienen tarifa fija (nos costó ocho euros). Desde el coche tuvimos el primer contacto con la isla: mucho tráfico, carreteras estrechas y carteles escritos con idéntica grafía a la nuestra. Más adelante descubriríamos que fonéticamente también es muy parecido al castellano, lo que facilita mucho las cosas.

En Sanur nos costó encontrar alojamiento económico. De hecho, no lo encontramos. Tras mucho mirar en la zona en la que nos dejó el taxista, (no sabíamos muy bien dónde estábamos), nos quedamos en un homestay (piscina y desayuno incluído) de estilo balinés. 


Sanur tiene una bonita playa, con un arrecife a unos cuantos metros de la costa donde rompen las olas. Paralelo a la playa discurre un paseo salpicado de hoteles con mucho encanto y restaurantes. Este pueblo no está mal pero salimos un poco desencantados. Caminando hasta el pueblo nos metimos en un warung, que es una especie de pequeño restaurante familiar y tuvimos uno de esos momentos tan especiales, conversando con la dueña del mismo, un ejemplo de la afabilidad del pueblo balinés. 


En Sanur decidimos varias cosas. La primera fue que nuestro siguiente destino sería Ubud, situado en el interior .Y la segunda, que después abandonaríamos Bali, para hacer una escapada a la isla de Lombok. También estuvimos pensando la posibilidad de intentar extender el visado otros treinta días más, ya que haciendo planes, de repente empezamos a sentir que el tiempo se nos iba a quedar corto. Pero finalmente decidimos dejar el tema en el aire hasta nuestro regreso a Bali. 

Interior de una bemo

Para ir a Ubud, primero cogimos un “bemo”, transporte totalmente nuevo para nosotros. Se trata de una pequeña furgoneta, normalmente bastante destartalada, que suele ir petadísima (hemos llegado a ver a tres personas montadas en el techo) y en la que el precio, cómo no, está sujeto a negociación. También cogimos un autobús de una famosa compañía privada que opera en Indonesia y en una hora estábamos en la llamada capital cultural de la isla.

Ofrendas


 

Calles de Ubud


Fue en Ubud donde sentimos por primera vez que estábamos en Bali o al menos en la idea que nosotros teníamos de la isla. La ciudad está rodeada de refrescantes arrozales, hay templos y galerías de arte por doquier y huele a incienso y al aroma de las flores de frangipani. Muchos de sus habitantes visten el elegante traje tradicional balinés. Las aceras están llenas de pequeñas ofrendas y las casas mantienen un estilo arquitectónico particular que no habíamos visto en ningún otro lugar. Armonía y elegancia serían las dos palabras para definirla. 

 



Recogiendo el grano.


 

Nuestro alojamiento era muy sencillo pero tan típico que nos sentimos como si formáramos parte de este lugar. La familia que lo regentaba se moría porque hiciéramos algún tour con ellos desde el primer día que llegamos, cosa que evidentemente no hicimos. Por nuestra cuenta dimos un paseo por los arrozales. Visitamos el Monkey Temple. También fuimos caminando hasta Goa Gajah donde probamos el agua que da suerte y comprobamos que desde luego aquí nadie piensa en los peatones, ya que las aceras brillan por su ausencia y cuando las hay, tienes que tener más cuidado que si vas por la carretera, porque están llenas de socavones. Desde Goa Gajah cogimos un bemo hasta el Yeh Pulu y cuando llegamos ,el conductor nos dijo que luego tendríamos que volver caminando porque las bemos no se acercaban por allí. Así que ¿piernas para qué os quiero? Y así, entre caminatas, gastronomía y un poco de shopping se pasaron cuatro noches.

Goa Gajah


Monkey Forest

De Ubud nos fuimos a Padangbai, lugar de donde salen los ferrys del gobierno para Lombok. Sólo pasamos una noche en este pequeño pueblo, pero la verdad no nos quedó muy buen sabor de boca por culpa del acoso de los de las agencias que no nos dejaban en paz cada vez que salíamos a la calle. Nos recordó un poco a la India. Además la mañana que teníamos que coger el ferry para Lombok, se suponía que nos tenían que venír a recoger para llevarnos al muelle. Cuando apenas quedaban diez minutos para la salida del barco, aparecieron los de la agencia en moto y nos dijeron que les siguiéramos. Así se pudo ver en Padangbai a un par de mochileros corriendo tras una moto a la que a los tres segundos, como no podía ser de otra manera, perdieron de vista. Menos mal que el muelle estaba cerca...

Padangbai