Tras casi dos días, entre escalas, vuelos y diferencias horarias, llegamos a Hanoi, capital de Vietnam. El viaje se nos hizo largo y cansado ya que apenas dormimos unas pocas horas y además pese a que llevábamos el forro polar, pasamos mucho frío tanto en los aeropuertos como en los aviones. La verdad es que no entendemos muy bien qué perra les ha entrado con poner el aire acondicionado a tope. Nos pasó algo muy curioso en el aeropuerto de Bombay. Teníamos una escala de diez horas, tiempo más que suficiente para visitar la ciudad, sin embargo no nos quedaba ni una rupia, ni tampoco demasiadas ganas, así que decidimos que esperaríamos tranquilamente en el aeropuerto. Cuál fue nuestra sorpresa, que al cambiar a la terminal de vuelos internacionales, cuando quisimos acceder a su interior, un policía nos dijo que sólo podíamos entrar tres horas antes de nuestro vuelo. La otra opción que nos dieron fue esperar en la calle o pagar, que es lo que finalmente hicimos, para poder estar en una sala de espera que tienen habilitada, según ponía, para visitantes, pero que estaba llena de viajeros como nosotros. Una vez más, "Incredible India" tal y como rezan algunos anuncios publicitarios en este país.
Por otro lado, nos llamó mucho la atención la cantidad de medidas de seguridad que hay en los aeropuertos indios. Fueron incontables los controles por los que tuvimos que pasar, tanto al llegar, como al cambiar de terminal, y la gran presencia policial y del ejercito, ametralladora en ristre. Sin embargo, pese a todo ello, una navaja multiusos que llevábamos en el equipaje de mano, sin nosotros saberlo, consiguió volar en los aviones que nos llevaron desde Trivandrum, en el sur de la India, pasando por Bombay, hasta Bankgok, donde la interceptaron al pasar por el escáner.
Cuando llegamos a Hanoi el tiempo estaba nublado y hacía frío, bueno al menos eso nos pareció. Claro que puede ser porque habíamos pasado de treinta y tantos a quince grados de temperatura. Ya empezábamos a echar en falta el calorcito de India.
Cuando llegamos a Hanoi el tiempo estaba nublado y hacía frío, bueno al menos eso nos pareció. Claro que puede ser porque habíamos pasado de treinta y tantos a quince grados de temperatura. Ya empezábamos a echar en falta el calorcito de India.
¿Qué decir de esta ciudad? Comenzaremos por las explicaciones que nos dio nuestro guía de la Bahía de Halong. Su nombre significa ciudad dentro del río, ya que la atraviesa el Río Rojo. En ella viven más de seis millones de habitantes y suponiendo que cada familia estuviese formada por cuatro miembros, tres de ellos tendrían motocicleta. Esto es así porque sus ingresos no les permiten poder comprarse un coche. Así que, en horas punta, el colapso del tráfico es tan absoluto, que ni siquiera los peatones podemos cruzar las calles porque no hay un sólo hueco por el que pasar. Ha sido muy divertido ver cómo un enjambre de motos se iba acercando por la carretera, mientras nosotros la atravesábamos y cómo caminando despacito, sin titubear, ellas nos iban esquivando. A veces, cuando les vemos, pensamos que la moto es una prolongación de su cuerpo, ya que les acompaña a todas partes. Es increíble, porque algunos no se bajan ni para hacer la compra. ¿Que cómo es posible? Pues porque por toda la ciudad, en plena calle, hay gente vendiendo todo tipo de cosas y comida. Se detienen donde les interesa, compran y se van. Los que se bajan de la moto, la aparcan en la acera, así que las aceras están ocupadas por ellas, por los puestos de los vendedores, los pequeños restaurantes improvisados o los talleres, que efectúan sus trabajos de soldadura, pintura etc,..en medio de todo este barullo. Sin duda, en las calles de Hanoi el peatón es el gran discriminado...
Una calle de Hanoi, el tren pasa por el medio
Nosotros nos alojamos en la parte vieja de la ciudad. Las calles de esta zona están organizadas por gremios. Nuestro hotel estaba en la calle de los cacharros de cocina de acero inoxidable, y muy cerca, estaba la de las pinturas sintéticas, la de los objetos de plata, y la de las costureras. Es una buena forma de orientarte en este lío de calles. Hay lugares interesantes para visitar, pero lo mejor es dejarse perder, caminando entre calles. Nos ha gustado mucho pasear por los alrededores del lago Hoan Kiem y comprobar la pasión casi enfermiza que tienen los vietnamitas por la fotografía, o ver a multitud de recien casados haciéndose el reportaje de boda...
En el templo de la literatura nos encontramos con una fiesta de graduación y a cientos de jovencitas haciendo posados que ni las modelos profesionales.
También el lago del oeste merece una visita, es una mezcla de altos rascacielos y casas no tan modernas, que se reflejan en su superficie con la misma nitidez que como si de un espejo se tratara.
Visitamos también el complejo de Ho Chi Min, en cuyo mausoleo los vietnamitas mantienen una actitud de respeto reverencial. Tuvimos suerte ya que no estaba de vacaciones (dicen que se lo llevan a Rusia...) y pudimos ver su cuerpo embalsamado. De camino a este lugar, conocimos a Rina, una chica japonesa que andaba un poco perdida y con la que estuvimos un par de días.
¡Y cómo no!, toca hablar de comida. Aqui la especialidad es la sopa de noodles o pho bo, el rollito de primavera relleno de pescado, verduras o mixto, y luego otros alimentos un poco más exóticos como el perro, las ratas o la serpiente. Según nos han explicado, comer perro no es algo que se haga todos los días ni mucho menos. Se come a finales de mes, nunca al principio y se supone que da buena suerte para el mes siguiente. En cuanto a las ratas, es un plato muy apreciado, y sólo se comen las que viven entre los arrozales y patatales. Todavía no hemos tenido oportunidad de probar estas exquisitices, aunque sí que las hemos visto a la venta en el mercado y la verdad, da un poco para atrás. Jon dice que en cuanto tenga oportunidad, probará todos estos manjares.
En cualquier lugar de la ciudad montan una mesa, unos cuantos banquitos y a comer!!
En Hanoi hemos estado cuatro noches. En el hotel en el que estábamos alojados nos vendieron la excursión para ir a Sapa, una zona de montaña en el norte del país. Desde el momento en que llegamos a este hotel, nada más bajarnos del taxi, ya estaban intentando vendernos todos los tours que tenían. Cada mañana nos preguntaban a ver si ya habíamos decidido qué ibamos a hacer. Finalmente y tras mirar en varias agencias lo hicimos con ellos. No era lo que queríamos, pero cuando viajas con el presupuesto muy ajustado, a veces sale más económico contratar este tipo de tours que hacerlo por tu cuenta.
Sapa está a 1300m de altitud y se accede por una carretera de montaña desde Lao Cai, localidad que hace frontera con China y a la que llegamos muy temprano por la mañana tras pasar una plácida noche en el tren. Estábamos profundamente dormidos cuando de repente pusieron música a todo volumen para anunciar que estábamos llegando a nuestro destino.
Sapa está a 1300m de altitud y se accede por una carretera de montaña desde Lao Cai, localidad que hace frontera con China y a la que llegamos muy temprano por la mañana tras pasar una plácida noche en el tren. Estábamos profundamente dormidos cuando de repente pusieron música a todo volumen para anunciar que estábamos llegando a nuestro destino.
Lo que uno espera cuando va a Sapa es encontrarse interminables campos de arroz de color verde fosforito, salpicado de poblados de minorías étnicas, sombreros cónicos y búfalos de agua. Nosotros no tuvimos la suerte de ver este paisaje en todo su esplendor, pero disfrutamos de la compañía de los lugareños en los dos pequeños trekkings que hicimos. Aún resuena en nuestros oídos la cancioncilla que las niñas nos susurraban: "you buy something to me" repetida unos cuantos millones de veces... El trekking fue bastante flojillo (anduvimos como máximo unas tres horas), el tiempo nublado y frío y como era de esperar, nuestra guía nos hacía parar en cada tienda o restaurante, a ver si picábamos algo. Pese a todo ello, nos lo pasamos muy bien charlando con la gente de nuestro grupo, sobre todo con Tania, una chica suiza que actualmente vive en el norte de Tailandia y que está de vacaciones con sus dos hijos. Esperamos encontrarnos nuevamente con ella.
Campos de arroz en terrazas
El mayor, desde muy pequeño, cuida de sus hermanos menores. Jugando dentro de una tubería de hormigón
Mujer de la etnia Ta Van. No paraba de sonreir.
De la etnia de los H´mong negros. Son tremendamente bajitos y aparentan una edad mucho menor de la que tienen.
Después de Sapa, nos fuimos a la Bahía de Halong. Era un sitio al que le teníamos muchas ganas y queríamos que saliera bien. Así que pensamos que ya que lo íbamos a hacer organizado, no iríamos a lo más barato porque habíamos leído que en muchas ocasiones por ahorrarse unos duros, la experiencia había resultado bastante decepcionante. Fue una excursión de tres días con otras nueve personas de diferentes nacionalidades, con las que compartimos la Nochebuena y la Navidad. El primer día comimos en el barco y por la tarde había programadas varias actividades que no se pudieron realizar porque el barco se quedó encallado en un banco de arena y les costó mucho tiempo sacarlo de allí. Así que el guía, en un ejercicio de improvisación, decidió un poco antes de que el sol se pusiera, subir a una pagoda para ver el atardecer y hacer media hora de kayak, a toda pastilla y más que nada para cubrir el expediente. Al día siguiente, por la mañana, nos llevaron a una gruta, en la que había millones de personas y más tarde desembarcamos en una isla donde dimos un bonito paseo, un rato en bici y otro caminando. Por la tarde tocaba hacer kayak y he aqui nuestra pequeña aventura en la Bahía de Halong. Desde el primer momento tuvimos problemas para gobernar la canoa y nos íbamos quedando rezagados, aunque como podíamos acabábamos alcanzando al grupo. Sin embargo, en una de éstas, nos quedamos tan atrás que les perdimos completamente de vista. Nosotros intentábamos avanzar pero la embarcación no hacía más que dar vueltas. Así que de repente, nos encontramos completamente solos en mitad de una bahía y sin saber muy bien hacia dónde teníamos que ir para volver a nuestro barco. Como el chaleco salvavidas tenía un silbato, nos pusimos a silvar, pero el tiempo pasaba y nadie venía a buscarnos. Empezábamos a estar un poco desesperados, sobre todo temiendo que se nos pudiera hacer de noche, cuando pasó un barco grande al que pudimos pedir ayuda. Pero no se quedó lo suficientemente cerca, así que nos gritaban que fuéramos hacia ellos. Qué más hubiésemos querido, si el problema era precisamente que la canoa tenía vida propia e iba hacia donde le venía en gana... Finalmente, al cabo de un buen rato y con una buena dosis de cabreo en el cuerpo, apareció nuestro barco al rescate de estos dos naúfragos.
¡Qué aburridos serían los viajes sin anécdotas como éstas con un final feliz!
Después de todo ésto, sólo resta por decir que es uno de los lugares más espectaculares que hayamos visto hasta el momento. De las aguas color esmeralda del golfo de Tonkín se yerguen miles de islotes cubiertos de vegetación, pequeñas calas, cuevas, y pueblos de pescadores flotantes que le dan un toque pintoresco. No hemos conseguido hacer ninguna foto que le haga verdaderamente justicia, pero aqui dejamos unas cuantas para abrir boca.
¡Qué aburridos serían los viajes sin anécdotas como éstas con un final feliz!
Después de todo ésto, sólo resta por decir que es uno de los lugares más espectaculares que hayamos visto hasta el momento. De las aguas color esmeralda del golfo de Tonkín se yerguen miles de islotes cubiertos de vegetación, pequeñas calas, cuevas, y pueblos de pescadores flotantes que le dan un toque pintoresco. No hemos conseguido hacer ninguna foto que le haga verdaderamente justicia, pero aqui dejamos unas cuantas para abrir boca.
URTE BERRI ON DENOI!!!