Vamos haciendo memoria sentados en el porche de
nuestro viejo y algo destartalado bungalow, desde donde podemos ver el mar, no en
primera línea de playa, sino en tercera, pero sigue siendo la leche.
Hace mucho calor, y no podemos usar el ventilador porque durante
algunas horas al día no tenemos electricidad. Aquí no hay
carreteras, sólo caminos en la jungla, ni tampoco hay tendido
eléctrico, todo funciona a base de generadores. Lo
increíble es que hasta aquí también llega el inmenso poder de
internet, y en caso de necesidad, el restaurante de al lado tiene
wifi.
Pero íbamos a hablar de
Melaka, donde estuvimos hace dos semanas y de donde nos dio tanta
pena irnos.
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Tuc tuc de día, con música incorporada... |
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... Y tuc tuc de noche con espectáculo de luces |
Melaka huele a historia
por los cuatro costados. Los escasos restos de su antigua muralla son
testigos de batallas y otros acontecimientos protagonizados por sus
habitantes, quienes padecieron continuas invasiones y colonizaciones.
¿Qué tendría esta ciudad para ser codiciada por portugueses,
holandeses, ingleses y japoneses? Nos viene a la memoria una
fotografía que había en el hotel de Cristina y que congeló la
imagen de un grupo de soldados japoneses en bicicleta, invadiendo la
ciudad durante la Segunda Guerra Mundial. Una instantánea divertida
aunque en su momento no lo fuera tanto.
Hasta aquí también
llegó San Francisco Javier. De hecho, sus restos estuvieron
enterrados durante nueve meses antes de ser trasladados a Goa (India),
donde descansan en la actualidad. Es como si el azar nos hubiera
hecho seguir algunos pasos de este infatigable y admirado misionero,
que en el siglo dieciséis y con los escasos medios de la época,
partió desde Lisboa hacia todo un mundo nuevo
y absolutamente desconocido. Su valentía no hace sino despertar
nuestra admiración. Nos hubiera gustado llegar hasta donde llegó él
y aún más allá, pero sin duda son metas demasiado elevadas...sobre
todo porque nuestro periplo está tocando a su fin. Una escultura en
lo alto de Saint Paul Hill le rinde homenaje.
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Porta de Santiago |
En esta colina también
se encuentran los muros desnudos de una antigua iglesia y un faro. A su alrededor, se agolpan simpáticos vendedores de souvenirs con
ganas de conversar con los extranjeros que pasan por allí. Uno de
ellos nos comentaba lo que había crecido la ciudad y que ya nadie
puede bañarse en el mar que toca esta costa, porque se encuentra
totalmente contaminado. Entre risas, nos decía que lo único que se
pesca en el río Melaka es ropa interior, aunque se están haciendo
grandes esfuerzos para su regeneración.
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Iglesia de San Francisco Javier |
A lo largo del río y
flanqueado por viejas casas pintadas de colores, algunas decoradas
con impresionantes grafitis, hay un agradable paseo que lleva hasta
una aldea de casas de madera llamada Kampung Mortem. Aquí se
encuentra el museo privado Villa Sentosa. Es una casa tradicional
malaya cuya dueña, una señora encantadora, te hace una visita
guiada. Fátima, que así se llama la mujer, a pesar de su edad y sus
achaques, nos enseñó cada una de las estancias, así como fotos de
su familia y objetos antiguos de colección, sentados en el sofá de
su salita de estar. Lo hace desde mucho tiempo atrás con cada
turista que se acerca por allí, a cambio de lo que voluntariamente
quieran darle.
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Villa Sentosa |
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Graffitis en las fachadas de las casas |
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Paseo en la ribera del río Melaka |
Una de las razones por
las que nos costó tanto irnos de Melaka fue que casi hicimos de la
guest house en la que nos alojábamos nuestra casa. Por primera vez
en todo el viaje teníamos una cocina perfectamente equipada a
nuestra disposición y vaya sí hicimos uso de ella. En la primera
ocasión nos fuimos al mercado del pueblo, y compramos todos los
ingredientes necesarios para hacer un par de tortillas de patata y
una ensalada mixta, que compartimos con nuestros anfitriones. Nos
supo a gloria y nos sacó de la monotonía de los noodles y el arroz.
También fuimos al cine por primera vez en nueve meses, a un
megacentro comercial de esos que tanto les gustan en Malasia, a ver,
eso sí, un bodrio de película. Menos mal que sólo nos costó once ringgits (dos euros y medio por barba).
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Haciendo amigos en el centro comercial... |
Melaka es una ciudad
llena de vida, sobre todo el fin de semana, en el que su población
se multiplica, ya que es cuando tiene lugar su famoso mercado
nocturno. Cierran al tráfico la Jonker Street y aparecen decenas de
puestos de venta de comida y toda clase de objetos. ¡Qué difícil
es no caer en la tentación de comprar algo!
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Mercado del fin de semana |
Por cierto que una noche
cuando volvíamos a la guest house, vimos caminando por un desagüe
(están descubiertos), una especie de lagarto de grandes dimensiones
que nos recordó mucho a uno que meses atrás nos diera un buen susto
en Ayutthaya. Preguntamos en la guest house y nos dijeron que hay un
montón de ellos en el río y sus inmediaciones. Son los lagartos
monitor, totalmente inofensivos.
Muchos visitantes dedican a Melaka un día de excursión organizada desde Kuala Lumpur. Sin
embargo si se tiene oportunidad vale la pena quedarse unos días y
saborearlo. Sin duda lo merece, por su historia, su mestizaje, su
gastronomía (¡Se nos ha olvidado hablar de la cocina nionya!)...
Allí pasamos muy buenos ratos acompañados de gente maravillosa.
¿Qué más se puede pedir?
1 comentario:
Bonita descripción, Silvia. Ya te he comentado alguna vez que me gusta el estilo descriptivo-fotográfico que les imprimes a vuestras vivencias.
Un lugar este que sin duda parece haberos marcado, con su mercado nocturno, su visita guiada a ese museo privado, en ese momento entrañable, en el cual la señora que os guía os enseña su vida en imágenes. Esos momentos no tienen precio, son de un valor humano incalculable, íntimo y que cohesiona y une a las personas, por muy distintas que estas sean.
Ese lagarto seguro que salió a saludarle a Jon. Un bicharraco saludando a un congénere de su misma especie (jeje).
Pues nada, a seguir conociendo gentes, lugares y mundos dentro de nuestro propio mundo. Unos mundos muy distantes pero cercanos al mismo tiempo, donde las personas y los colores enriquecen aún si cabe más este extraordinario viaje que estais haciendo.
Ya llegó el verano, ya llegó el calor. Ya llegó la estación que marcará el final de vuestro periplo, vuestro grandioso viaje que sin duda alguna os dejará una profunda e imborrable huella.
Aprovechad lo mucho que aún o s queda, y sabed que aquí os estaremos esperando los que con entusiasmo hemos sido partícipes, de una manera u otra de esta gran aventura humana.
Ondo segi, eta agur bero bat.
Xabi Mendizabal.
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