Parece mentira que hayan
pasado diez meses desde que cogimos el avión en Bilbao. El primero
de tres que nos llevarían hasta Kathmandú. Cuántas incertidumbres,
miedos y emociones la víspera de irnos y algunos meses antes, cuando
la decisión de hacer este viaje empezó a ser cada vez más real.
Ahora, en cambio, cuando apenas nos quedan unos horas para volver ,
lo que nos parece irreal es precisamente nuestro regreso. Nos ha
costado mucho hacernos a la idea, porque no lo vamos a negar, viajar
engancha y pareciera que no cansa nunca ir de un lado para otro,
hacer y deshacer la mochila, ver y descubrir gente distinta, paisajes
y ciudades. Nos íbamos para un año, pero el presupuesto nos ha dado
para diez meses, tampoco está nada mal.
Al principio las cosas no
resultaron fáciles. Tuvimos que adaptarnos al ritmo del viaje y a un
entorno totalmente diferente al nuestro. A los pocos días de llegar
a Nepal, un terremoto nos sorprendió en una tienda de Kathmandú.
Los escasos segundos que duró el movimiento se nos hicieron largos,
aunque no éramos demasiado conscientes de lo que estaba sucediendo.
Luego, después de haberlo vivido, se instaló por unos días la
incertidumbre y el miedo a que se volviera a repetir. El monzón
también nos las hizo pasar canutas. Después de una auténtica
odisea por carretera o lo que quedaba de ella, para llegar a Dumche,
los primeros días de trekking por Lantang fueron muy complicados. Sin parar de
llover durante las seis o siete horas de caminata, lo peor eran los
peligrosos desprendimientos que cortaban el camino y lo hacían
tremendamente inestable. Fue en estos momentos cuando fuimos más
conscientes de que, cuando crees que ya no puedes más, por el
cansancio, la tensión y en mi caso el miedo a que me fallara un pie
y me perdiera en aquellas aguas bravas que bajaban enfurecidas
arrastrando todo a su paso, sacas fuerzas de donde sea para seguir
adelante. Nunca, como en este remoto lugar, me he sentido tan
indefensa y tan a merced de la naturaleza. Aquí aprendimos el
verdadero significado de la palabra solidaridad. Demasiadas emociones
fuertes en los primeros quince días de viaje, pero por otro lado,
estamos convencidos de que nos sirvieron para afrontar mejor otro
tipo de situaciones que se dieron en los meses siguientes. A veces,
mientras caminaba hundiendo el pie en el barro y temiendo la
siguiente complicación, pensaba “quién me habrá mandado a mí
hacer ésto” y me acordaba de mi madre a la que prometí no correr
ningún riesgo. Fueron éstos los únicos momentos en que este
pensamiento se cruzó en mi cabeza. Sin embargo, cuando el tiempo
mejoró y empezamos a ver la majestuosidad de las cumbres nevadas,
sentí que había merecido la pena y también que no somos nada en
medio de esa inmensidad.
Aunque la India, que fue
el siguiente país también nos puso a prueba, superados los dos
primeros meses de viaje, todo empezó a ser sencillo y relajado.
También los siguientes destinos eran países más fáciles en todos
los sentidos: Vietnam, Camboya, Laos, Tailandia, Indonesia, Malasia y
Singapur. Nos acomodamos perfectamente a la rutina del viaje. Las
horas de autobús ya no parecían tantas, ni los autobuses tan
viejos, ni las carreteras tan malas. Los noodles y el arroz en sus
diversas variantes se convirtieron en dos elementos básicos de
nuestra dieta. El calor, el sudor, los mosquitos, las trombas de
agua, las frutas tropicales, los cocoteros, la jungla, las pagodas,
los monjes budistas, los divertidos tuc tucs, diferentes en cada país
y a veces incluso dentro de un mismo país, los sombreros cónicos,
los puestos de comida callejeros, los mercados nocturnos, las casas
flotantes, los arrozales, el regateo, etc... ya formaban parte de
nuestra nueva vida, como tantas otras cosas y personas que conocimos
y fuimos dejando atrás... Podríamos seguir y no parar.
308 días, 95 alojamientos y unos 56.000 kilómetros recorridos en todo tipo de vehículos,
han dado para ver cosas increíbles y quedarnos con la boca abierta.
Hemos llorado y nos hemos desternillado de risa. También nos hemos
enfadado con el mundo y con nosotros mismos. Pero no cambiaríamos ni
un sólo minuto de lo vivido. Es más, creemos que hacer ésto ha
sido una de las mejores decisiones de nuestra vida. Cuando nos fuimos
mucha gente nos decía que íbamos a volver muy cambiados. Nosotros
no sentimos que sea así, no creemos ser mejores personas, ni haber
aprendido grandes cosas. Lo que sí podemos decir con absoluta
rotundidad es que hemos sido tremendamente felices y que cuando
miramos atrás no podemos dejar de sonreír y nos brillan más los
ojos. Así que sólo podemos dar gracias a la vida, a nuestras
familias y amigos por su apoyo, y decir a todo aquel que haya tenido
algún día un sueño como el nuestro, que todos tenemos miedo, pero
que no se deje vencer por él, que se lance y ponga su mundo al
revés, porque lo que le espera es maravilloso.