jueves, 17 de mayo de 2012

Un paseo por Lombok y retorno a Bali

El ferry que nos llevó desde Padangbai a Lombok, concretamente a Lembar tardó cinco horas. Era un barco enorme, sin embargo, a pesar de sus magnitudes, durante un buen rato nos prodigó un movimiento oscilatorio nada agradable para el estómago. Curiosamente estaba permitido fumar, algo que se nos hace cada vez más raro.



Una vez en Lembar, nos estaba esperando un minibus para llevarnos a Senggigi. Por el camino, pasamos por extensos campos de arroz, salpicados de palmeras y mezquitas, pequeños pueblos y alguno más grande y caótico como Mataram. Y sorprendentemente comprobamos que en este lugar todavía utilizan el carro de caballos para el transporte de mercancías y pasajeros.




Playa de Senggigi

Senggigi es una pequeña población costera situada en la costa oeste de Lombok. Aunque hay bastantes hoteles y restaurantes, se nota que es un lugar que poco a poco está empezando a desarrollarse. De hecho, el alojamiento en el que estuvimos nosotros lo acababan de abrir. Así que estrenamos la habitación. Las playas de los alrededores ofrecen la posibilidad de hacer buceo de superficie y también hay buenas olas para hacer surf.
La gente del pueblo es muy amigable y con muchas ganas de hablar. Después de las tres preguntas de rigor: “where are you from?”, “where are you going?” y “where are you staying?”, la conversación suele derivar hacia temas futbolísticos. Y es que los indonesios son unos auténticos forofos. Todavía nos parece increíble que a miles de kilómetros de distancia nos hablen de la liga española, de que es una pena que Guardiola deje el Barça, que si el Real Madrid, que si el Valencia...


Paseando en moto hacia el norte de Senggigi nos fuimos encontrando una playa tras otra. Todas ellas ribeteadas de palmeras y sin apenas ningún hotel, hasta que llegamos a una colina desde la que se podían ver las tres islas Gili. Dos kilómetros hacia el sur hay un lugar muy especial. Se trata de un templo hinduísta construido sobre roca volcánica y que mira directamente al mar o quizás más allá, al Gunung Agung, el monte sagrado de Bali. Le pedimos a una de las señoras que había allí colocando las ofrendas, a ver si nos podía hacer una foto. Le indicamos a qué botón tenía que darle, pero no se nos ocurrió decirle que tenía que mirar por el visor. Equivocadamente, lo dimos por hecho. La señora cogió la cámara y comenzó a mirar por el objetivo, como si fuera un catalejo. Luego, cuando le explicamos cómo tenía que hacerlo, estaba encantada de habernos hecho las fotos.






Nos quedamos con sus atardeceres. El sol se mete tras la negra silueta del Gunung Agung, mientras el cielo va cambiando de color. Una de esas imágenes que no se olvidan.





En Senggigi pasamos dos noches. Dejamos las mochilas grandes en el hotel y con una más pequeña en la que metimos lo imprescindible para un par de días o tres, nos fuimos a Kuta, a unas dos horas de distancia. Algo que nos ha llamado mucho la atención de Lombok es que los transportes privados son muy caros y si quieres moverte por la isla, lo más económico es alquilar una moto. Al día cuesta unos tres euros y medio, y la gasolina unos treinta céntimos de euro el litro. La moto que nos dieron era nueva, sólo tenía trescientos kilómetros y una vez salimos a la carretera y nos detuvimos en algún lugar, nos dimos cuenta de la expectación que causaba entre los indonesios, que se paraban a mirarla.


Una vez en Kuta nos pusimos a mirar alojamientos y encontramos uno bastante agradable, al lado de la playa. El paisaje es espectacular y tanto Kuta como los alrededores son de los lugares más vírgenes que nos hayamos encontrado. Durante la comida conocimos a Junari, un niño de seis años que desde la mañana hasta la noche se pasa el día vendiendo pulseras de conchas a los turistas. Nos acompañó a dar un paseo por la playa y estuvimos toda la tarde jugando con él, hasta que veía a algún turista y entonces se acordaba del negocio.

Esa noche en el bar de enfrente a nuestro hotel, tocaban música en directo así que nos fuimos a tomar algo. Hacía una noche perfecta, incluso hasta algo de fresco. En el mar se veían los farolillos de aceite de los pescadores que se meten hasta la cintura para, según nos explicaron, pescar calamares. Y por allí andaba Junari haciendo amigos entre los extranjeros, hasta que apareció su hermana para llevarle a casa.

Junari


Playa de Kuta Lombok
Entre la música de los bares, de madrugada los aullidos estremecedores de los perros y por la mañana el cacareo de decenas de gallos y gallinas (sin exagerar), esa noche no pegamos ojo. Desayunamos y cogimos la moto para explorar un poco la costa. Y lo que comenzó como un bonito día se convirtió en uno de los sucesos más desagradables de todo el viaje. De vuelta de Gerupuk paramos en un lugar llamado Tan Jung Aan. Había muy pocos extranjeros en ese momento. Ahora mismo es temporada baja por aquí. Después de pasear un rato nos sentamos a descansar en una choza de paja, y a comernos un coco a la sombra. Enseguida aparecieron un montón de vendedores de pulseras, sarongs, etc...Nos llamó la atención que una de las señoras tenía unos sarongs muy bonitos, así que nos dispusimos primero a elegir el género y después a la ardua tarea del regateo. Ambas cosas nos llevaron un buen rato, porque estuvimos bromeando con la vendedora, le hicimos alguna foto, todo bastante normal. Al final llegamos a un acuerdo, le pagamos con un billete de 100.000 rp y nos dijo que no había problema, que tenía cambio y nos dio las vueltas. Mientras Jon ordenaba los cambios en la cartera, la señora seguía allí parada, mirando cómo lo hacía, así que Silvia le preguntó “It's ok?” A lo que ella nos respondió enseñando su cartera vacía, gritando que no le habíamos pagado. Nosotros le mirábamos incrédulos, mientras a nuestro alrededor se empezaba a arremolinar gente a la que por supuesto no entendíamos, incluido el señor de los cocos con el machete en la mano, aunque sin ningún ademán de usarlo. Llegó un momento en que nos dimos cuenta de que por más que intentábamos hacerles entender que habíamos pagado, la situación iba empeorando. Varias veces la señora se abalanzó sobre nosotros para arrebatarnos la bolsa. Finalmente para evitar que aquello fuera a mayores, tiramos los sarongs al suelo, nos montamos en la moto y nos fuimos de allí. La sensación que nos quedó en el cuerpo fue de absoluta impotencia. Salimos huyendo como si nosotros fuésemos los ladrones, cuando era a nosotros a quienes habían robado, no el dinero, que al final no tiene ninguna importancia, sino la confianza en la gente, algo que se tarda mucho tiempo en adquirir, pero que se pierde en un instante.

Tan Jung Aan es uno de los más bellos lugares que hayamos visto hasta el momento. Quizás nos han arrebatado el tener un bonito recuerdo, pero recomendaríamos a cualquiera que se diera el gustazo de visitarlo. En cuanto a los habitantes de Lombok son una gente estupenda, siempre con su sonrisa y su mirada curiosa. Sucesos como éste, son hechos aislados, que para nada les representan.


Para quitarnos el mal sabor de boca nos fuimos de allí a un restaurante orgánico llamado Ashtari situado en una colina y desde el que hay unas vistas impresionantes de toda la costa. Teníamos previsto pasar algún día más en Kuta, pero se nos habían quitado las ganas, así que a la mañana siguiente nos fuimos.


Una vez de vuelta en Senggigi, compramos el pasaje para el ferry que nos traería de vuelta a Bali. El tiempo y la mar estaban bastante enrarecidos el día que salimos de Lombok. Teníamos que haber cogido el ferry de las doce del mediodía, pero nos hicieron esperar hasta la una y media. Era un barco bastante más grande y destartalado que el de la ida y también iba mucho más lleno. Silvia tardará bastante tiempo en olvidar esta travesía. A la cabeza le venían los ecos de las noticias sobre hundimientos de ferrys indonesios. La mar estaba rabiosa y las olas golpeaban de lado el casco, haciéndolo crujir y vibrar. Es en momentos como éste cuando eres consciente del poder y la fuerza de este elemento que era capaz de mover aquella inmensa mole de hierro como si nada.

Playa de Jemeluk



El ferry nos dejó en Padangbai, y aquí pasamos la noche. Cenamos atún a la parrilla en un warung conocido y dormimos en el mismo hostal que la vez anterior. A la mañana siguiente nos fuimos a Amed, en la costa este y aquí hemos pasado estos últimos cinco días. No hemos tenido mucha suerte con el tiempo, pues pese a estar en la temporada seca, se ha pasado un par de días lloviendo sin parar. Pero nos ha dado tregua para ir a Tirta Gangga, un precioso palacio acuático rodeado de arrozales, a unos cuarenta minutos en moto desde Jemeluk.

Arrozales en Tirta Gangga


Palacio acuático de Tirta Gangga



Palacio acuático de Tirta Gangga


También nos hemos recorrido un tramo de esta costa: playas de arena negra, aguas llenas de peces y coral multicolor a tan solo unos metros de la orilla y el impresionante, y según cuentan, bastante impetuoso volcán, Gunung Agung (3031m) observándolo todo.







Arrozales en los alrededores de Amed

1 comentario:

Anónimo dijo...

KAIXO BIKOTE!
HEMEN NAIZ BERRIRO ERE. ASPALDI ZUEN BLOG IKARAGARRI HONETAN AGERTU GABE EGON OSTEAN.
A ZE PAISAIA ZORAGARRIAK! GUSTURA HARTUKO NUKE HONDARTZA HORIETAN BAINUTXU BAT.
ONDO EGITEN DUZUE, EMAKUME HORREKIN GERTATUTAKOA AHAZTEN SAIATZEAN. JARRAITU ORAIN ARTE ZABILTZATEN MODUAN, MOMENTU ORO GOZATZEN. MUXUK

LARRAITZ